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Hay que entender cómo has sido educado de pequeño y las dinámicas familiares para ver en qué punto estás. Tu nivel de madurez, individualidad y capacidad de desarrollo.

Somos adultos, tenemos experiencia, sentido común, ideas… por lo tanto consideramos que nuestras decisiones son contrastadas, coherentes, pero… ¿Cuántas veces has tropezado sobre la misma piedra?

Las experiencias nos condicionan y tenemos patrones de comportamiento que se escapan a nuestro control. Sin ser plenamente conscientes tomamos decisiones. Un ejemplo claro es que la seguridad se encuentra en lo conocido por lo que inconscientemente nuestras decisiones irán dirigidas hacia eso.

De pequeños buscamos la atención de nuestros padres, buscamos su aprobación. Son nuestros referentes, entonces dependiendo de cómo se atiendan las necesidades emocionales de ese niño, así se comportará de mayor. Por ejemplo, un niño que no se ha sentido querido o lo suficientemente bueno intentará complacer en su vida adulta. Un niño que ha vivido con padres ambivalentes puede estar alerta y con ansiedad en su vida adulta sin saber qué hacer. Obviamente, la explicación es “un resumen de un resumen” no todo es tan sencillo e influyen múltiples variables. 

El objetivo como adultos es madurar, saber observar, comprender nuestro comportamiento, y así, poder tomar decisiones ajustadas a la realidad y no basadas en patrones de comportamiento fantasiosos de niños. Toda experiencia es una oportunidad de aprendizaje, cuando nos replanteamos un patrón antiguo de comportamiento surge una posibilidad de desarrollo personal que invita al crecimiento. 

Todo este proceso de reinvención te lleva inherentemente a replantearte tu comportamiento y tu rol en la familia, pero eso no tiene por qué implicar alejamiento, sino observación, aprendizaje y adaptación.

En todo desarrollo personal la individualidad se fortalece, favoreciendo que la persona pueda ser autónoma y a la vez, que pueda compartir desde una visión más sincera quién es. Liberándose de roles aprendidos y fomentando relaciones más sanas desde la sinceridad y transparencia.

Todo ello implica aceptar tu pasado, aprender de él, no juzgar y rodearse de seres queridos y momentos importantes. 

 

 

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